No temas, basta que tengas fe
Hay
de buena y mala fe...
La violencia ha tocado
aquellos sectores y comunidades considerados intocables, no importa cada cuándo
ocurra, cada crimen que se comete marca un hito en el acontecer social. Que existe
preocupación y temor por la vida propia, es un hecho, y así se ha manifestado en
los distintos escenarios a los que se tiene acceso.
Durante la homilía dominical, en una de
tantas iglesias de la ciudad, el clérigo encargado ofreció un sermón que llamó No
temas, basta que tengas fe. Habló
sobre la realidad de la muerte y la enfermedad, e hizo distinción entre la
muerte como destino inescrutable y la muerte a manos de los otros. Condenó la
violencia y saña con la que actúa el crimen organizado y puso gran énfasis en
la falta de respeto de la sociedad hacia la vida misma. La falta de integridad
moral y descomposición social que nos rodea.
Referente a esto, y practicando un
ejercicio de reflexión, propongo uno de los discursos ofrecidos por el filósofo
e historiador Michel Foucault. Conforme
se dan a través de la historia los diversos
mecanismos de control y ejercicio de poder, y partiendo de la teoría clásica
del soberano del siglo XVIII sobre “el derecho de vida y el derecho de muerte”,
Foucault se pregunta sobre la razón de este derecho y nos dice que:
“En cierto sentido, decir que el
soberano tiene derecho de vida y derecho de muerte, significa en el fondo, que
puede hacer morir y dejar vivir, en todo caso que la vida y la muerte no son
esos fenómenos naturales, inmediatos, en cierto modo originarios o radicales,
que están fuera del campo del poder político. Si ahondamos un poco y llegamos,
por así decirlo, hasta la paradoja, en el fondo quiere decir que, frente al
poder, el súbdito no está, por pleno derecho ni vivo ni muerto. El derecho de
vida y de muerte solo se ejerce de una manera desequilibrada, siempre del lado
de la muerte”. (Foucault, 1976)
Si la cultura de la muerte
en nuestra sociedad está siendo manifestada por diversos medios, como es el
caso de los adoradores a “La Santa Muerte”, las muertes de mujeres en abortos
clandestinos, asesinatos, suicidios, crisis económica, guerras, destrucción
masiva y caos que generan depresión, divorcios, malas relaciones
interpersonales, acoso escolar, bullying
y una violencia desatada a todos los niveles.
Según estudiosos del tema, la adoración a la Santa Muerte no es exclusiva de
narcotraficantes ni hechiceros. Es una fe llevada a cabo por la convicción de
que “es la muerte lo único seguro que tenemos”, por lo tanto, es a “ella” a la
que nos encomendamos “como última oportunidad de vida”.
Es decir, somos testigos de la muerte como
una imposición social también, no como un hecho de vida que llegará por
enfermedad o accidente fatal, sino que puede alcanzarnos en cualquier lugar, a
cualquier edad, por cualquier causa, razón o motivo. ¿Hasta dónde estos
detonantes de muerte están siendo “maniobrados” desde lugares oscuros, por
distintas vías, a diversas escalas de poder?
La iglesia católica, en voz de Papa
Francisco, también tiene una postura al respecto: “la muerte es como un agujero
negro que se abre en la vida de las familias y representa una experiencia a la
que no sabemos dar ninguna explicación. Es más, a veces se llega incluso a
darle la culpa de esto a Dios. Pero la muerte también tiene “cómplices” que son
incluso peores, y que se llaman odio, envidia, soberbia, avaricia; en una
palabra el pecado del mundo que trabaja para la muerte y la hace aún más
dolorosa e injusta”.
Vuelvo a Foucault, el poder del soberano
que permite seguir viviendo o condena a morir, se ha transformado hasta dar
lugar a una Biopolítica:
“Va a extraer su saber y definir el
campo de intervención de su poder en la natalidad, la movilidad, las diversas
incapacidades biológicas, los efectos del medio. No se trata en modo alguno,
por consiguiente de formar al individuo en el nivel del detalle sino, al
contrario, de actuar mediante mecanismos globales de tal manera que se obtengan
estados globales de equilibrio y regularidad; en síntesis, de tomar en cuenta
la vida, los procesos biológicos del hombre/especie
y asegurar en ellos no una disciplina sino una regularización”. (Ibíd)
Se impone una conducta
bizarra en nuestros procesos sociales de aceptación de la muerte que crea más confusión
que convicción. ¿En qué momento el ser humano está preparado para aceptar la
muerte? Desde la muerte ofrecida por misericordia hasta los avances
tecnológicos y científicos que crean mecanismos para preservar la vida, aun y
cuando, las personas clínicamente estén declaradas muertas…
A quince minutos antes del termino de la
misa, el clérigo cuestiona: En un mundo donde los buenos ejemplos son escasos;
donde se persuade la fe entre los seres humanos; donde se dan malos consejos al
prójimo para desviarlo de sus convicciones, con la disertación sacerdotal que
los hace traicionar su fe, abusando de niños, teniendo prácticas indebidas o
porque una mujer se ha cruzado en el camino.
Y pregunta:
¿Qué está haciendo la
sociedad para que sigamos aquí?
Esas palabras transforman al hombre de túnica;
lo transforman en un ser humano, demasiado humano.
¿Estamos siendo nosotros, seres
imperfectos, los discípulos, los medios de comunicación, la sociedad en
general, la causa de que la crisis vocacional aceche tras la mirada de los
presentes y futuros servidores de Dios? ¿Somos la contaminación, la serpiente
que engañó a Eva, la escoria que conociéndose carente de virtudes tienta con su
mal ejemplo las buenas conciencias?
Somos seres humanos y aprendemos a base de
prueba y error, cegados por una creencia que, a fin de cuentas, proclamamos como
certera, por autoengaño o por mala fe.Juzgue usted.
Artículo publicado en Periódico Net 1490