Dust

La necesidad de cerrar todo tipo de contacto con el mundo exterior, es una crisis recurrente en mi forma de ser y con la cual lucho continuamente.  ¿Cuántas veces me he repetido que del mundo exterior sólo hay que tomar lo necesario? que después de eso, se vuelve urgente el retorno al círculo privado,  intimo de los seres que conforman mi vida. No hablo de la familia a la que me tocó pertenecer: mis padres con mis hermanos y toda la prole que se desprende del parentesco, que no son otra cosa que un simple suceso desafortunado, en mi caso. Me refiero a la familia que tuve la bendición de crear cuando me separé de la primera. ¿Cuál es el afán que me impulsa a dejar mi casa y salir a tomar un taller literario? ¿Cuál la necesidad de socializar mis textos? ¿Cuál la necesidad de imponerme la penitencia de la humildad, justificada sólo, en el aprendizaje continuo  del vivir que conlleva la existencia misma?  ¿Cuál es la necesidad de escuchar a una vaca sagrada que destroza las palabras, las historias, los motivos, las razones, los planes, proyectos,  la nada? No hagas conjeturas superficiales de lo que digo, no, no he sido destrozada por nadie. Sencillamente -adverbio necesario- mi escozor por todo lo que huele a reglas, barrotes académicos y consejos sibaritas, sesudos de buena intención,  me dejan inapetente. No creo en fórmulas para aprender a escribir ni a comunicar, solo escribo. Escribe, escribelo todo.  Me negué mucho tiempo a abrir una plataforma donde publicar mis pensamientos -porque todo se reduce a mis pensamientos, creencias, formas que tengo de ver, entender la interacción humana- , así fueran mis trabajos periodísticos de los cuales estoy orgullosa y agradecida porque, con ello, retomo la importancia de la otredad, brindo un espacio al otro: a su mundo a su ser particular. La gente siente necesidad de ser escuchada (yo sé escuchar hasta sus silencios). Por esa razón, celebro haber hecho caso a Sanjuana Martínez y ofrecer un tipo de registro a los escasos lectores de mi blog Todo importa, todo lo que hacemos importa, (recuerdo en este preciso momento una de las líneas de la película  Flatliners  que vi ayer. Similar al título de Todo cuenta del ensayista y escritor canadiense Saul Bellow. Libro que dejé inconcluso. Sí, mis libros me hablan). 

Estuve en un taller literario la semana pasada -ya había dicho que me impongo acciones de humildad- con un escritor consagrado, ganador hasta del garbanzo de a libra, que pretendía enseñarnos el secreto de la crónica periodística. Hubo trabajos chispeantes, buenos,  pero que no funcionaron como crónica. Conforme se fueron develando los secretos para escribir una crónica, los posteriores trabajos parecieron mejores pero, ya no bastaba con  el hecho de que fueran una crónica, el consejo o la exigencia ahora, consistía en aportarle  frases matonas e ingeniosas. La exigencia iba en aumento. El maestro bombardeaba tímido, casi solicitaba permiso para lanzarnos la temida desaprobación. Los talleristas, con ambiciones literarias al fin, lanzaban miradas de soslayo, cruzaban los brazos a la altura del pecho, fijaban la mirada en el celular o en la pantalla de su laptop como tratando de amortiguar la desafiante opinión de sus trabajos de los unos contra los otros. Como suele ocurrir o quizá soy mal pensada, quizá mala actitud, el machismo en los talleres literarios abunda. Las mujeres parecemos casi no existir. La mayoría de las veces, las recomendaciones de los mismos maestros  para leer escritoras  son de dos contra diez. Todos esos detalles, las envidias, la competencia, la falta de amabilidad, las descalificaciones,  me provocan ostracismo. Acepto la crítica constructiva pero de ninguna manera aceptaré  que me digan qué escribir. No acepto entrar al juego del regionalismo literario, por ejemplo,  para que, al fin, logren otorgarme una beca o un estímulo. Solo en una ocasión accedí a escribir un cuento,  obligada con el tema de la industria maquiladora en Ciudad Juárez, porque deseaba ser incluida en dicha antología. De ahí en adelante no he vuelto a condicionar mi creatividad en aras de ninguna publicación. La escritura creativa se alimenta de comprensión. Del contacto interno de las fuerzas creadoras en armonía. De ahí deviene la voluntad inquebrantable, plena confianza en nosotros mismos. Lo que escribo tiene que venir de mi propia fuente  y/o motivación personal. No podría escribir ni desarrollar un trabajo que no motive mis propias obsesiones. Supongo que seré una Outsider por el resto de mis días... 


Escribo, recuerdo, corrijo. No eches por la borda las indicaciones del maestro: No usen puntos suspensivos, no punto y coma (son complicados), no los adverbios, no los gerundios, no demasiadas Ys, no sin embargos, no tantos ques,  hagan frases cortas y concisas,  etcétera, etcétera.  

 ''El lavado de cerebros en libertad es más eficaz que en las dictaduras'' Noam Chomsky. 



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